Colores brillantes, aromas a flores de cempasúchil, copal, barro y comida frita, música nostálgica mexicana y altares con las fotografías de personas queridas que fallecieron y que extrañamos. Hacemos ofrendas con su comida y bebida favorita, adornamos casas, calles y templos con imágenes de catrinas y calaveras, cruces de flores, veladoras y papel picado.
Contamos historias y leyendas espeluznantes, repetimos dichos populares y refranes. Se dice que a los mexicanos “la muerte nos pela los dientes”, “que el muerto al pozo y el vivo al gozo”, “que quien por su gusto muere hasta la muerte le sabe”. Incluso, en tiempos recientes ha crecido en popularidad el culto a la “Santa Muerte”.
¿Qué es lo que realmente celebramos en México cada 2 de noviembre? ¿Estamos festejando la muerte de quienes ya no están físicamente o conmemoramos sus vidas y sus legados? ¿Qué queremos expresar y recordar con esta mezcla de tradiciones y creencias mexicas e hispanas?
Lo más claro es que el tiempo de todo lo que vive y existe físicamente tiene un final. Que los seres humanos, al igual que cualquier otro ser viviente, no controlamos cuándo comenzamos a vivir ni cuándo dejaremos de hacerlo.
Si dejamos por un momento de lado las ideas del existencialismo y el transhumanismo, tal vez podamos coincidir en que cada segundo de vida, aun en los momentos más difíciles, es un regalo valioso y que nuestra vida debe tener o buscar un propósito.
A mí me gusta pensar que la existencia no se da simplemente por azar, que la perfección que descubrimos en nuestro mundo y en el universo, sin importar lo caótico que con frecuencia parece, encierra un diseño inimaginable e inexplicable para nosotros, del que intuimos ser parte y en el que todo está interconectado.
Pero también pareciera que luchamos por alejarnos de esa conexión esencial con la vida. Pareciera que la vida no tiene valor, que es descartable, despreciable; que vivir solo importa si es para satisfacer nuestros placeres y egos, y que la vida de los demás solo vale si nos da algún beneficio.
Y así pasamos la vida en sufrimiento, en angustia por no saber lo que sucederá mañana, frustrados si no obtenemos lo que deseamos de inmediato o si las cosas no salen según lo planeado, cansados de no apreciar en cada momento lo que tenemos. Vivir no significa renunciar a nuestros sueños y aspiraciones, sino ser congruentes con aquellos principios que valoramos; por el contrario, esa es una gran forma de honrar la vida que se nos ha dado.
Vivir es valorar la vida y respetarla. Es sentir esa conexión y empatía por cada vida que se apaga. Aun cuando tenemos la esperanza de que las vidas continúan de alguna otra forma, en otro espacio y tiempo, y aunque desde tiempos remotos nos hemos imaginado mundos llenos de magia y significado, la verdad es que cada día en que podemos respirar, tocar, sentir y amar es el tesoro más valioso que tenemos.
Recordemos con amor a nuestros difuntos, agradeciendo cada instante que compartimos con ellos y todo lo que nos dejaron. La mejor forma de honrar su memoria es vivir nuestras propias vidas decidiendo ser felices cada día y agradecidos por esta maravillosa oportunidad única, irrepetible e invaluable.