Por Eduardo ROLDÁN. Internacionalista, académico, analista politico y escritor.– El COVID-19 es una amenaza para la paz mundial. En lo económico hizo que la economía del mundo cayera un 4.5% en 2020. Y dejará un costo de más de 28 billones de dólares estadounidenses en pérdidas de producción con un nivel de endeudamiento de 125 por ciento del PIB en las economías avanzadas, 65 por ciento en los mercados emergentes y 50 por ciento del PIB en países de bajos ingresos, de acuerdo a cifras del FMI. En tanto el Banco Mundial informa que ha dejado un saldo de 150 millones de nuevos pobres. Sin duda alguna, las políticas públicas fueron mal instrumentadas. Una vez más este desafío ha mostrado la corresponsabilidad de las naciones para enfrentar los problemas globales. La pandemia nos ha ayudado a desmitificar el poder y a exigir más a través del derecho. Debemos tener en mente y pensar que la prensa debe defender a los gobernados y no al gobernante.
En la pandemia, sin duda, afloraron aún más las diferencias sociales. Pudimos percatarnos que la realidad y sus contradicciones superaron la ficción. Carl Sagán señaló en su momento: “Saber mucho no es lo mismo que ser inteligente. La inteligencia no es solo información, sino también juicio para manejarla”. Sí, efectivamente tenemos mucha información, por ello, tenemos que ser inteligentes y saberla aplicar y no ser manipulados ni por las instituciones, sean digitales o no, y mucho menos por los autócratas. Concuerdo con Juan Carlos Sánchez-Millán cuando afirma que: “Una sociedad digital debe crear mecanismos de prevención y cuidado de sus bases de datos, debe garantizar que la información sea veraz y confiable y que los contenidos no atenten contra la dignidad ni la privacidad de las personas ni la seguridad de las naciones. La industria, el comercio, la cultura, la educación, la ciencia y todas las actividades inherentes al desarrollo humano están íntimamente vinculadas a las bases de datos. La toma de decisiones se realiza en función de las numeralias informáticas”.
Éstos tiempos de crisis, de cambio de régimen, de cambio de época nos han permitido ratificar que hemos transitado de la edad de la información a la de la desinformación y la mentira en su máxima expresión. Si esto no se contiene puede llevarnos a una guerra de confrontaciones que pueda devenir en guerra civil en diferentes partes del mundo. No se puede continuar y hacerse uno el disimulado de lo que está enfrentando el mundo, pues se nos está llevando a la degradación de la democracia mundial. No podemos quedarnos impávidos. Así como se da demasiada importancia a los mercados de futuros y de derivados en las finanzas y el comercio, llegó la hora de pensar y valorar el “futuro humano”, como valor esencial de la humanidad.
No hay tiempo que perder y esperar 20 años más, para ver destruida nuestra civilización, nuestro hábitat, nuestra economía, nuestra cultura, nuestras democracias, el clima, etc. Todo por no enfrentar con firmeza a los problemas y a los autócratas disfuncionales existentes y potenciales. Si se sigue así, se pasara de la sociedad de la utopía a la distopía bajo poderes totalitarios.
Se han hecho enormes esfuerzos para regular, a través de leyes nacionales e internacionales, el tráfico de órganos, de personas, etc. Por qué no regular a los poderes fácticos dueños del mundo digital que cada día manipulan más a las sociedades para obtener a cualquier precio y costo la ganancia, incluyendo la libertad esencial de ser humano: el libre albedrío. Sólo de esta manera se podrá equilibrar lo legal con lo moral. Ya que, hoy en día, lo legal no es necesariamente moral. Se tiene que parar el avance de la programación conductual y el uso extendido de la “influencia social” por medio de la cual se está modificando la conducta del ser humano con fines del consumo, electoral, económico, político o cultural y sin que se sea capaz de percibirlo. No se debe seguir aceptando que el ser humano sea un producto en venta al mejor postor de los dueños del mundo digital y manipuladores del mundo virtual.
Finalmente, es importante resaltar que con las nuevas tecnologías y la manipulación de ellas el margen de distinción entre una noticia verdadera de la falsa se ha vuelto más difícil por el grado de sofisticación utilizado por medio de los contenidos. Ésta es la sociedad tóxica. Ante este panorama, los críticos somos los optimistas donde sólo se tendrá éxito si se instrumentan mecanismos con una presión pública y masiva. Estamos a tiempo para enfrentar esta realidad que apabulla a la sociedad humana en su conjunto y no quedar impávidos ante esta “…vanidad de cosas vanas, a miseria tan grandes las llamaís dichas humanas” como lo bien expresara el gran poeta español Ramón de Campoamor.